martes, 8 de agosto de 2017

Brújula 1






En el momento en el que pregunta
deja de ser tan estúpido como aparentaba.
Es el movimiento que le marcan sus cuestiones por el cuerpo
el que le hizo llegar hasta este salón de piso alquilado
donde fumamos y bebemos, cantamos, escuchamos
el ruido de nuestro recitar
de nuestras ideas, aparentando
fingiendo ser quienes creemos que queremos ser.

¡Maldita sea! 
se queja
mirando el vaso vacío que de una patada tira
ya sabía que iba a acabar en el suelo
manchando la alfombra con nuestra presencia.

A cada silencio que pronuncia miles de pensamientos lo esclavizan
trayéndolo, llevándolo
lejos de la ciudad contaminada por ruidos tóxicos
ahora esta en otra parte:
en el canto de mirlo cuando lo mandan callar
en el olor a cerveza de su padre cuando antes de dormir
sin vergüenza y orgulloso
se acercaba a la cama a besarle en la mejilla
a desearle el sueño
el aún no sabe cuál es
baraja entre no sé qué química 
y la docencia
(porque uno de ellos
puede salvar a tantos de nosotros).

Quiere que le hablen claro
 porque no entiende la manía generalizada
de camuflarlo todo
y en lugar de esconderse en la trinchera
sale con el pelo despeinado
y se pregunta
¿qué me dicen
estos tanques
con todas sus armas?

No está preparado para morir,
menos que nosotros.
La sola idea le cava un hoyo en la frente
y hace que se arrugue.
Por eso se mata a vivir,
me jura -con la voz quebrada de niño-,
que quiere abarcar tantos años como para aburrirse.

Se tumba en la cama solo para mirar el cielo
me enseña canciones de rap que no me agradan
y comenta cómo diría Schopenhauer que somos idiotas.

Nunca se queda a dormir
(tiene alergia a los ácaros)
aunque más de una noche me rescató
de acabar perdida entre las calles de Santiago.
Y yo a él también,
entre discusiones feministas
y ese deseo suyo de seguir pensando
aunque duela. Porque duele.
El remedio es tratar de extraerle con precisión
lo que de su cabeza nace
antes de que el silencio
se lo lleve a mendigar pensamientos.

Pone la expresión de Rimbaud,
parece un enfant terrible y él no lo soporta.
Se comporta como un estadounidense
avergonzado de hablar inglés.
Es demasiado precioso como para creérselo
demasiado humilde como para nadar
en una piscina de competición.
Cuando lo hace, asegura que vuela.

Ya le echo de menos, le echaré de menos más.
Su conversación de salvavidas
sus ojos inmensos
ese don de ser insoportable y encantador en la misma frase.

Ya le echo de menos, le echaré de menos más
¿cómo no extrañar uno al mar?
Si él puso playa a Santiago
desde aquí se oyen sus conchas respirar:
La voz de las olas de A Coruña

el sonido que produce al hablar.

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