martes, 6 de septiembre de 2016

Introducción a la sequía

Lo que menos me gustó del viaje al centro de tu tierra no fue encontrar todo ese campo sin arar. No fue toda esa arenilla maltrecha; deseosa de sol, de agua, de abono natural. Te aseguro que me habría sentado a la sombra de un ciprés -alargada o no-, esperando a que trajeras materiales para que juntos pudiéramos teñir de verde el marrón.

Lo que menos me gustó fue que no quisieras; fue que me increparas que estaba ahí sentada. Que escupieras tanta exclamación sobre mis piernas ¡Habría sido tan sencillo exponerlas sobre el campo! Nos habríamos ahorrado meses de hidratación.

¡Me dejas el trabajo sucio!” decías. Manchabas mis rodillas de saliva templada. El calor me derretía. “¿No hay ninguna casa cerca? ¿No hay arroyos?” susurraba mi voz alicaída. Tú me fruncías el ceño hasta que todo tu pelo anegaba tu rostro. Ya no encontraba ojos ni boca. No tenía claro a quién dirigirme, por eso impulsé mi cuerpo a levantarme…


Y estando de pie, te pusiste a llorar, a sudar, a regar lo que ya estaba empantanado de nuestro barro, dejando -tras de ti- la peor de las cosechas.

http://www.louievanpatten.com/