viernes, 17 de julio de 2015

Estamos sentados en el coche, una noche más, en la acera frente al portal de mi casa. En el asiento del conductor él. Ojos redondos y risa perenne. En el asiento del copiloto yo. Risa redonda y ojos perennes. Es una despedida más, tenemos la manía de encajarlas en este escenario.

- Si cierro los ojos- empiezo yo- por mi mente pueden sucederse una lista continua de adioses que siempre se nos quedan a medias.
- No cierres los ojos- me responde.
- No. No quiero mirarte.

Como interrogación curiosa él se gira, dirige el cuerpo hacia mí y curva las comisuras hacia abajo.

- No puedo mirarte porque no sé lo que veo – le digo- Es decir... Veo más de lo que hay pero menos de lo que es.
- No entiendo- corta él.
- Yo tampoco.

Y así el tema empieza a hacer círculos sobre sí mismo. Se me pellizca la curiosidad, ¿sabes? Porque en medio de la conversación siempre acabo atinando a su boca -aunque estemos mencionando la existencia humana en el ártico, o aunque me pregunte por las sílabas de los hiatos- siempre, siempre, acabo mareada en la obsesión, en la idea de su boca. La veo arriba y la veo abajo. Moviéndose para musitar alguna respuesta que estoy casi segura que no está pensando, pero que elabora con correcta expresión o alguna que está pensando pero no sabe decir. Recuerdo entonces aquel beso que no supo a nada, aquel otro que coronó la tarta de una de las noches más mágicas de la terrible historia de mi vida. Y pienso ahora qué ¿Ahora esa boca existe? ¿Es una boca entre tantas? ¿Me habla o me besa palabras?

- No tienes por qué pensar así, ya tendremos tiempo.
- Mentira.

Mentira porque yo me voy a enamorar y tú te vas a tentar tu propia suerte. Como siempre. Pero no me duele tanto como sí me duele. Entonces las antes mencionadas palabras se abstienen de dar su opinión y tú me sujetas la cara entre las manos. Escalofrío. Escalohelado. Escaloardiente. Como cogerte la mano en el cine y percibir que suspiras una caricia. Escaloalgo y no escalo nada. Piel. Noto el contorno de mi cara por tus besos. Y tienes razón, ya tendremos tiempo; tienes razón no entiendo nada.
Se repite la historia, yo tiro la ropa por la ventanilla, tú la pones encima; de vez en cuando nos miramos y de vez en cuando nos vemos. Yo me apoyo en ti tan cómoda que no pienso “hogar, hogar, hogar: hogar es en cualquier lugar que esté contigo”. Nada más y nada menos.

- Me quedo una vez más con muchas historias que contarte, con mucho que decirte y sentirte pero he perdido mis labios para hacerlo.

- Te quedas conmigo.


1 comentario:

  1. Es jodidamente genial, dicho lo más vulgarmente posible pues no me caben palabras.

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