martes, 29 de septiembre de 2015

Viernes, 7 de Agosto

Santiago de Compostela - Madrid
Casas blancas y balcones negros. Piedra y madera. Yo pertenezco a esto.

Los latinos
En los pocos días que llevamos de ruta he descubierto que somos más parecidos a los humanos del continente americano de lo que nos resultaría cómodo pensar. Abrazada a esta idea ha nacido la admiración por las diferencias apreciadas.
Los latinos. Gente. Personas. Humanos.
Maravillas manchadas de café, limpiadas por el más puro sol. Improvisación rítmica, movimiento continuo; pies, manos, caderas. Dos ojos tranquilos que miran y llameantes gritan de rabia. Boca que canta la sonrisa. Tacto continuo, seguro, maleducado, tierno. Abrazos que -lejos de ser piel- acarician la esencia. Dolor profundo por el robo injusto, llanto bailarín por el asesinato cultural. América Latina no se destruye, se reconstruye a base de cabezas sin miedo y manos que dan. Palabras huérfanas de lenguas fallecidas son adaptadas por labios que hablan. Hablan y dicen.

Y a su lado, nosotros.
Europeos maquillados que temen la suciedad. Ignorantes que piensan que el decorado nos salva de la miseria. Conquistadores soberbios que pierden la batalla contra sí mismos. Intelectuales que desprecian la magia de los cuentos. Almas solitarias que nadan en busca de un naufragio que las comprenda. Mirada altiva que tiembla ante la idea de una diminuta mancha de vulnerabilidad. Hombre que en el pico de la montaña la hiere con su bandera.
Nos clavamos en América por la incomodidad de la existencia de nombres sin nuestro nombre.

Y ahora, yo tan pequeña,
tengo la oportunidad de descubrir América por encima de esos barcos cargados de opresores
tengo la oportunidad de descubrir América por abajo
desde la tierra
 hasta la más alta cumbre:
el hombre latino


*Todo lo escrito es sacado literalmente de mi Diario de Ruta

** Dedicado dos españolas que estaban durmiendo a mi lado en el bus mientras escribía esto. Inés, Irene (enamoradas como yo de esta cultura)

*** Dedicado a ese continente: A Eze (que va a cambiar el mundoo) , Chris (que escribe con el alma), Grate (que baila con el corazón), Javi (que es ÉXITO), Sergio (ojos tiernos), 
a las mujeres latinas en general: Eri (auténtica), Ana (Una Quetzal de verdad),  Brenda (toda agradable),  Vane (DULCE),  Flor (tan cariñosa), a Pauleuro (una obra de arte) y a todas las demás, que saben sufrir con la sonrisa...
a los latinos sinvergüenzas de corazón blando como Eric, Palito, Nahum; a Ema (brillo en la mirada y alas enormes)...

Va por todos vosotros, va por la ruta.

 Pero sobretodo, este texto va para 
mi hermana Mariana, que es hija de otra tierra y 
mi tesoro de la experiencia, Marcela.
Me han enseñado a llorar en otro idioma. 

(Nunca antes algo que había escrito había sido un nubarrón para tal lluvia de emociones.) 




domingo, 19 de julio de 2015

Cómo jugar contigo

Jugadores: 
Dos. Uno de ellos con plumas por si se quiere escapar.

Objetos necesarios: 
Nada. Y cada vez menos hasta reducir la nada a _____.

Duración del juego: 
Entre dos y ochenta y seis años -dependiendo del grado de implicación e intensidad de los participantes-.

Reglas:
1. Los dos sujetos han de hablar el mismo idioma, o al menos entender gesticulaciones en un 25% de los casos.
2. Si a alguno de los dos se le escapan lágrimas antes del final ambos serán sancionados con un distanciamiento bajo aceptación mutua.
3. Si el calor congela los sentimientos el juego se da por finalizado inmediatamente.
4. Si se pierde algún labio entre otros dientes fuera del tablero las posibilidades de retirada se incrementan en un 107%.
5. Al comenzar el juego se decidirá una palabra o sensación prohibida. Por ejemplo: si es el cansancio ninguno podrá bostezar hasta el final -esto depende del grado de hedonismo y masoquismo de los participantes-.


Instrucciones:
1. Para comenzar se tiran los dados lo más lejos posible para que ninguno sepa donde y cómo acabará.
2. Durante el transcurso del recorrido intrapersonal e interpersonal no se seguirán las reglas.
3. Al final, como con todo, se acaba. Los niños crecen y los juegos acaban considerándose vicios.


Lo único que me da más miedo que la certeza es la incertidumbre.

Hasta pronto principito, 
hasta tarde bailarín.

viernes, 17 de julio de 2015

Estamos sentados en el coche, una noche más, en la acera frente al portal de mi casa. En el asiento del conductor él. Ojos redondos y risa perenne. En el asiento del copiloto yo. Risa redonda y ojos perennes. Es una despedida más, tenemos la manía de encajarlas en este escenario.

- Si cierro los ojos- empiezo yo- por mi mente pueden sucederse una lista continua de adioses que siempre se nos quedan a medias.
- No cierres los ojos- me responde.
- No. No quiero mirarte.

Como interrogación curiosa él se gira, dirige el cuerpo hacia mí y curva las comisuras hacia abajo.

- No puedo mirarte porque no sé lo que veo – le digo- Es decir... Veo más de lo que hay pero menos de lo que es.
- No entiendo- corta él.
- Yo tampoco.

Y así el tema empieza a hacer círculos sobre sí mismo. Se me pellizca la curiosidad, ¿sabes? Porque en medio de la conversación siempre acabo atinando a su boca -aunque estemos mencionando la existencia humana en el ártico, o aunque me pregunte por las sílabas de los hiatos- siempre, siempre, acabo mareada en la obsesión, en la idea de su boca. La veo arriba y la veo abajo. Moviéndose para musitar alguna respuesta que estoy casi segura que no está pensando, pero que elabora con correcta expresión o alguna que está pensando pero no sabe decir. Recuerdo entonces aquel beso que no supo a nada, aquel otro que coronó la tarta de una de las noches más mágicas de la terrible historia de mi vida. Y pienso ahora qué ¿Ahora esa boca existe? ¿Es una boca entre tantas? ¿Me habla o me besa palabras?

- No tienes por qué pensar así, ya tendremos tiempo.
- Mentira.

Mentira porque yo me voy a enamorar y tú te vas a tentar tu propia suerte. Como siempre. Pero no me duele tanto como sí me duele. Entonces las antes mencionadas palabras se abstienen de dar su opinión y tú me sujetas la cara entre las manos. Escalofrío. Escalohelado. Escaloardiente. Como cogerte la mano en el cine y percibir que suspiras una caricia. Escaloalgo y no escalo nada. Piel. Noto el contorno de mi cara por tus besos. Y tienes razón, ya tendremos tiempo; tienes razón no entiendo nada.
Se repite la historia, yo tiro la ropa por la ventanilla, tú la pones encima; de vez en cuando nos miramos y de vez en cuando nos vemos. Yo me apoyo en ti tan cómoda que no pienso “hogar, hogar, hogar: hogar es en cualquier lugar que esté contigo”. Nada más y nada menos.

- Me quedo una vez más con muchas historias que contarte, con mucho que decirte y sentirte pero he perdido mis labios para hacerlo.

- Te quedas conmigo.


domingo, 5 de julio de 2015

Juegos y gol

Tan preocupada por comprenderme, suponiendo que al entender la vida también podría llegar a situarme en ella. Como si al situarme frente a las reglas del juego ya supiera colocar el balón. Pero no contaba con tus ojos tostados. No contaba con las faltas, los penaltis, los tiempos extra. Contaba hasta tres preparada para el inicio del partido, pero no sabía qué hacer después de cada jugada. Siempre hay otra más. Y tus ojos cafés. Las caídas tontas entre mis pies, los cordones desabrochados. Los despeines y los cepillos que solo sirven para que las niñas chillen molestas. Cuánto me duele que me jales las ideas. Las calzonas que se mueven, y las camisetas que se evaporan. Y tus ojos desayuno. Y tus ojos inicio de cada día, alimento más importante, tus ojos pies descalzos, tus ojos, pelo y raíz.



Foto de Laura Makabresku

miércoles, 1 de julio de 2015

Adiós con el corazón... Que con el miedo, no puedo




Parece que últimamente siento las flores como si me crecieran en el estómago. Qué puedo decir. No puedo negar que los insectos me bordean las ideas. Bajo una gruesa capa de polen siento como voy cediendo al verano que me pudre. Todas las posibles vidas que me roban siguen escondidas entre tallos débiles que se van doblando. En mi silla observo como nada me levanta.
En primer lugar está el chico de pecas, que se duerme sobre sus propias manos y no entiende cómo puede despertarse, porque la palabra padre cae en picado sobre sus decisiones. Padre y aún no sabe lo que es el amor, no sabe cómo se hace un beso.
En segundo lugar tenemos al chico de los labios hacia adentro, la piel de terciopelo. Es demasiado amapola como para llamarle plantita. Domina tanto el beso que aún sin verso se pierde el amor. No lo comprende con los dedos. Un poco con las lágrimas.
En tercero es el chico que brilla en la oscuridad. Luna lunera cascabelera.., tiene en la voz un megáfono. Ha ejercitado con tanta intensidad las cuerdas vocales que vibro en un suspiro que suelta.
El cuarto es el chico que ha ordenado sus piezas colocándolas en dos montones: el primero lo que le sirve y el segundo lo que me presta. Su pelo encaja muy bien con mi alopecia. Pero no estoy segura de que en todo lo demás nos compenetremos.
Y en quinto lugar, casi escapándose, el chico como cometa. Aún no lo veo con certeza. Pero tiene una sonrisa que me ha imantado. Tiene un pellizco de baila. Me mueve algo dentro y no, no me lo repitas más que ya no existes.
Bajo esta maravilla me escapo al futuro, sobre todo lo dicho, el amor se me estalló. Ya no hay. Ayer me latías -pum, pum,pum- hoy... Hoy tu boca es inmarcesible. Inaccesible.



jueves, 14 de mayo de 2015

Abdución psicoquinésica de Claudia para humano

¿Quién niega que mi estado de hoy es una rotura de la caricia de ayer?

Tres cortes que sesgan. Un vértice común en el que maquillo el llanto.

La primera caricia fue con las uñas. Me separó de la voz de ciruela. Dos. Caprichos divididos en la incomprensión de unas manos de papel que no temen las olas. Piel blanca en media risa. Mil noches con vaso en mano en la que ella no estaba pero estaba. Arrebatándome mi paz domesticada, sentando su plenitud a los pies de la cama. El pelo derramado mientras entrecierro los ojos. Me regalaste un motivo por el que morir antes de mi tercer nacimiento.

La segunda fue una rebanada que rompió mis manos en dos. Mi cuerpo nunca se recuperó.
La voz pausada ahora se redescubre en un grito traidor. Escucho el goteo de su ansia. Imito movimientos que su hilo me ordena porque soy esclava de nosotras. Me enrojeces. Me enrojeces en los vómitos de tu boca y en la opresión de tu puño. No quiero mirar tu espasmo lleno de nada. No quiero escuchar tu carcajada que miente. Tu nariz se ahogaría en el rodeo hacia tu garganta. Manchas de rojo vasos que tu piel no puede disimular. Desordenas cada estrago del naufragio. Te avergüenzas. Hemos descubierto un refugio sin cocina.

El otro pedazo de mano -meñique incluido- se lo dí de comer a una orca torpe. Tú. Te has postrado frente a la masa y has sentenciado una perfecta lista de cosas que sólo existen ahí donde tú puedes ver. Qué difícil es preguntar a cambio de un beso de cristal. Qué sencillo es una ventana metálica para que brillen mis huesos al mirar. Tienes una cabeza tan enorme que has tenido que esconderte detrás del vicio limpio. Cerrando la puerta tras de ti te has subido a una alfombra mágica que no puede volar. Nos has regalado turbantes de seda y perlas. No te pienso arrebatar las alas, pero asume que es decoración de la casa y no un pájaro. La faraona se ha burlado de los gatos que tú casi pariste. Ahora es romana y lleva sandalias. La lluvia resguarda de la dura caída. Tozos de café por todo el cielo.


No, no me habéis robado más que el regalo que me dais. En las flores empecé a ver un brillo dorado que ahora idealizo pero es mentira. Si es de ayer ya no me sirve. El manto que compartimos me dejó completamente desnuda ante una flota salvavidas que poco conocía los icebergs. Mendiga recostada en cuentos digitales. Alzo la mano a una limosna que lee cosas que no comprende. Me habéis lanzado acantilado abajo, piedras arriba y aún conservo respiración con cuatro dedos para escribir que si el amor no existe mi vida ha sido diseccionada por una rana verde.  

jueves, 9 de abril de 2015

Construcciones imposibles [inamovibles]

Me sentaba en el columpio, me impulsaba progresivamente y saltaba. Yo quería caer de pie sobre la gravilla, pero en el último momento siempre me temblaba alguna articulación y me manchaba las rodillas. Las tenía completamente sucias, decoloradas por mi fracaso.
A escasos metros de mí, mi hermano descansaba sobre un suelo lleno de piedras diminutas. Mientras yo cogía velocidad, él agarraba una piedra con parsimonia. La miraba, le daba vueltas. Yo seguía moviendo rítmicamente las piernas mientras que él les ponía nombre:
    - A esta la voy a llamar María, será bondadosa y regalará todos los pedazos que se rompan de ella.
Entonces la colocaba en el suelo y cogía otra:
    - Tú te llamarás Pablo, serás una piedra salvada, rescatada de un zapato. Serás la piedra más feliz de todo el suelo porque comprenderás la alegría de sentirse libre, de no estar solo.
Intentaba colocar una sobre otra -hecho que le resultaba prácticamente imposible por su textura y tamaño- mientras que con su otra mano seguía bautizando piedras:
    - ¿Has visto como todas se caen?- le decía a una de las chinas- necesitan a alguien que las sostenga... Necesitan a alguien que desde su inestabilidad las apoye ¿qué te parece, Pedro? ¿quieres ser tu la base?
Y la colocaba en un lateral, pero las piedras seguían cayéndose.
Yo lo miraba desde el columpio:
    - No puedes hacer un castillo con chinas, no es como la arena de la playa.
    - ¿Por qué no?- preguntaba él.
    - Porque no se puede, no están hechas para eso. Están hechas para ponerse unas sobre otras desordenadamente.
    - ¿Por qué?- inquiría.
    - Porque las cosas son así. Cada una tiene su sitio.- respondía yo asqueada.
Pero a él le daba igual y seguía con su juego.
Por aquel entonces podría achacarse esa actitud a un juego de niños, podría considerarse una diversión como cualquier otra, pero llegó el momento en el que optó por hacerla real.


Mi tía se lleva las manos a la cabeza. Desde el sillón la miro.
    - ¿En qué momento empezó todo?- se pregunta en voz alta.
Yo pienso en sus seis años. Pienso en aquel columpio que me preocupaba, superación interna. Pienso en sus manos dando, ofreciendo. Mi recompensa era inmediata. La suya incomprensible ¿de qué servía ponerle nombres a las piedras? ¿para qué las ordenaba? Eran preguntas que ya me inquietaban y me remueven aún.
    - ¿Cómo no nos dimos cuenta?- sigue diciendo.
Parece que al fin y al cabo lo tenía claro. Ha encontrado el pegamento para unir a todas esas piedras: él. Su capacidad de sujetarlas sin descanso. ¿Conseguirá mantener el castillo en pie? Claro que sí.
    - ¿Y por qué?- recrimina finalmente.
Su objetivo no era egocéntrico. No quería construirse el castillo. Había encontrado algo que lo reina, algo que -con justicia- es capaz de organizar, algo que es causa y consecuencia de sus obras. No conseguirá ver el final, la meta, el objetivo. Parece que para él era -y es- más importante el proceso. Sería como si yo me hubiera columpiado sin tener la pretensión de conseguir saltar de pie.
    - Porque es mi sitio.
Mi hermano responde pausadamente. Da todo lo que tiene. Lucha por causas perdidas. Las causas vencidas son tan atractivas que les muestra cordialidad; en cambio a las perdidas les dona órganos sin necesidad de operación.
Parece como si lo viera recogiendo sus piedras y volviéndolas a montar. Sin prisa, tiene toda la vida.

    - Bueno, de niño bautizabas piedras- sonrío satisfecha- ahora puedes bautizar niños...

    Siendo también piedra. 




domingo, 22 de febrero de 2015

Vals de Monstruos descripción extendida

El artista se sienta ante su obra.
Los trazos son firmes y bien trabajados. El esfuerzo ha merecido la pena. La inactividad creativa al final puso ser apaciguada. El dibujo está cerrado.
Pero pese a las múltiples felicitaciones recibidas, el autor frunce el ceño sentado a los pies de la cama.
La luz es correcta. Las sombras coinciden. Los sujetos son proporcionales y muestran claramente lo que trataba de representar.
Pero él está insatisfecho. Mueve rítmicamente la pierna.
- ¿Sabes que le falta?- dice ella entrando en la habitación- amor.
Él sonríe mientras ella le abraza el cuello por detrás.
- Alguien lo acapara todo.
Él se gira y le sonríe un beso o le besa una sonrisa. Ella le propone un trato. Esa noche saldrán a bailar pero no pueden caerse de la cama.
Él se ríe y la llama loca, la llama amor, la llama ella, la llama pero no sabe cómo, la llama más que a nadie en el mundo, la llama. Ella quiere pisarle los pies.
Ambos deciden que es hora de poner música. La aguja resulta ser la boca de él, y el disco resulta ser el alma de ella. Nunca en la historia universal del beso uno había sonado parecido. En eso ambos coinciden.
Empiezan a regalarle al suelo los pesados disfraces diurnos: ella le quita a él la frustración, él le desabrocha a ella los complejos. Ninguno de los dos quiere tropezar con mentiras.
Los besos les van robando el cuerpo, la piel se eriza en una carcajada.
Comprenden entonces las teorías acerca del universo y las corrientes filosóficas sobre la existencia humana. Él entiende que la teoría de cuerdas es insuficiente para amarrar la vida de ella. Ella descubre que Nietzsche sería capaz de resucitar a Dios si escuchara los ojos de él.
Las descripciones que se hacen de este momento solo son una diminuta gota en medio del desierto. Es como si aprender a amarse les hiciera olvidar todo lo demás.
El baile continúa, ambos encajan sus pasos, alguna vez entonan una melodía humana (como si la esencia se les escapara por la boca). Parece que las cicatrices ahora son piel blanda. Alguien se ha comido a besos el miedo a saltar, A saltar sobre el tiempo, sobre lo inevitable.
Estos pensamientos se van fundiendo con luces, sombras, dos sujetos proporcionales y sueños que alguien ha arrancado de dormir y ha arrastrado hasta la almohada.
Es amor.

Tras la paz, el sol se hace presente por la mañana. Él estira las piernas para enroscarse en ella, pero ella no está. Se incorpora.
-¿Sabes qué le faltaba?- dice él gateando a los pies de la cama- amor.
Ella sonríe mientras él le besa el cuello por detrás frente al espectáculo visual:

Dibujo realizado, una vez más por Marcos Barrientos (Twitter e Instagram)
También podéis encontrar monstruitos de los dos en @Buscamonstuos (Twitter e Instagram)
Gracias, mil gracias.


sábado, 21 de febrero de 2015

jueves, 12 de febrero de 2015

Dos voces que hablaban sin sonido

- La chica de ojos negros- me sentenciaste. Yo te miraba fijamente.
- Tengo los ojos marrón- dije la primera vez.
Tú me callabas con un beso.
No eran besos cuidadosos, ni siquiera estoy segura de si me besaba a mi o a un fantasma.
                                                                                                                             o a su cabecita (él era capaz).
Pasaba el tiempo y yo estaba deseando que me miraras. 
Me dolían los dientes de apretarlos contra la vida.
«Mírame» 
Pero siempre buscabas una excusa para cerrar los ojos. 
Y me prometiste que el amor era eso: 
estar con el aire justo y exceso de agua.
Yo no encontraba la superficie.
Ya ni sabía si la superficie existía o eran mis ojos inundados.
¿Podría reanimarme?
Un buen día, en uno de tus gritos internos te dio por mirar antes de saltar:
- No tienes los ojos negros- yo tenía ganas de llorar pero no era capaz de quitar el tapón que me ahogaba.
Tú te enfadaste con mi iris, con el amor y aunque no lo sabías con tu cuento.
Entonces dijiste que yo.
Yo agaché la cabeza, porque tampoco lo tenía claro. 
Pero el amor no era eso.
Abriste el tapón y me dijiste:
- Si quieres, vete.
Y aunque tenías la mano cerrada sujetando el objeto yo saqué los pies de mi bañera. Y empecé a llorarme.
Ya no quedaba agua en mi
nunca pudiste volver a tapar el agujero.
Acabaste con un artilugio inútil y la frente alta.
Pero yo ya no te escuchaba porque tengo los ojos marrones. Porque la magia no se ve si no crees en ella. Porque pensabas que era un maniquí.
- El amor no es eso - digo hoy.
- Entonces ¿qué es?- me dicen unos ojos redondos.
- Todo.

domingo, 8 de febrero de 2015

Historia de cronopios y famas
               "El chico naranja"


¿Cómo es el chico naranja? 
El chico naranja es alegre como un chico amarillo pero más sonriente; el chico amarillo opta por dormir, el chico naranja sale a bailar.
El chico azul siempre quiere que le besen las heridas; cuando un chico es naranja aprende a coser para ponerse rodilleras.
Mientras que los chicos verdes tienen los pies planos, los chicos naranjas andan de puntillas. Son un poco patosos y a veces se caen (pero se levantan tan rápido que tienes que hacerle un fotograma para poder verlo, por eso es tan complicado).

¿Qué hace el chico naranja?
El chico naranja casi nunca llora y cuando llora lo hace con su aparato-palpitante en la mano y todos vemos que está llorando de verdad, porque su ventrículo izquierdo así lo muestra.
El chico naranja es capaz de hacerlo todo y a veces se come un poco de mundo (un pedazo de Bangladesh, por ejemplo), pero lo hace sin querer y porque tiene muchas ganas.
El chico naranja a veces pregunta cómo se pronunciaba “amor” y dan ganas de reírse, porque el torpe no sabe que siempre lo anda silbando a todo el mundo, letra por letra y de distintas formas; siempre la misma palabra. El chico naranja es como un abrazo que si aprietas un poco más se te sale ya el disfraz de humano.

¿Quién es el chico naranja?
Yo creo que el chico naranja es lo más cerca que he estado de la inmortalidad, pero es tan consciente de cada minuto, que parece que los roba de los relojes que se paran.
Si cierras los ojos y dices su nombre, sólo puedes verlo con una sonrisa. Y aprietas los párpados porque quieres ver todo aquello que esconde en las rodillas, pero no puedes... ¡y qué frustrante resulta encontrarle!
Sobretodo porque siempre va pegando saltos y cuando crees que puedes alcanzarlo se pone a trepar, a volar o qué se yo. Es que el chico naranja no tiene ninguna consideración con la gravedad ni con cualquier ley física. 
Y por eso ha tenido tantos problemas.
Y por eso no tiene problemas.

¿Dónde está el chico naranja?
Es fácil: esperad por la mañana cuando vuestra madre os de un mimo exprimido en zumo y os obligue a beberlo rápido (por aquello de las vitaminas), mirad fijamente una puesta de sol (pero sólo si es en silencio); buscad entre los gatos al que algún día fue (menos mal que se puso las botas y empezó a ser humano) y por último, también lo podéis encontrar en el boli con el que jugamos a encontrarnos.  

¿Que hace tan especial al chico naranja?
Pues que no lo sabe, 
nunca lo ha sabido. Y dan ganas de gritárselo pero el miedo de mancharlo de otro color siempre obliga a mantener el silencio.
Es por eso que a veces pienso, que aunque fuera capaz de mantenerse quieto, no nos atreveríamos a hacerle cosquillas: es mejor mirarle
                                                           c r e c e r
                                                           r
                                                           e
                                                           e
                                                           r


martes, 13 de enero de 2015

A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban

Yo ya no estoy enamorada de ti, pero si me esfuerzo puedo volver a estarlo.
Es sencillo, imagina por un momento que no soy una persona. Ahora ya no tengo piel, tengo corteza. Ahora no necesito comer ni dormir, sólo crecer hacia el sol.
Cuando te conocí era un pequeño brote de lo que ahora soy. No medía más de metro y medio y estaba forzando mis cimientos para poder asegurar que no me derrumbaría. Tú llegaste como un arroyo pausado, lleno de vida.
Al principio estiré mis raíces; quería solo acariciarte. Con el tiempo comprendí que era más fuerte bajo tu corriente. Sentía cómo mi corteza se iba endureciendo y poco a poco dejé de ser ese palo lánguido. Sin darme cuenta se estaban alargando mis ramas. Las aves se acercaban a buscar hogar mientras yo me preocupaba por seguir alimentándome de la cristalina agua. Cansadas de su canto sin eco, cambiaron su melodía por ruido. La cálida primavera empezó a secar tu vitalidad y mis enormes pies estaban tan inundados en la tierra que ya no podía salir a respirar, ni siquiera a buscar una nueva fuente.
Perdida dentro de mí, me instalé en cuentos que empezaban con finales, chupando gotas de charcas fangosas, hidratándome exageradamente, casi por gula emocional. Siempre con la boca seca. Pasé estaciones empeñada en mirarme el suelo, en mirarme el pasado y en responder a mi pregunta con una respuesta forzada.
Entonces, el destino me picó en la sien. El maldito pájaro carpintero y su séquito de voladores insistían en hacerme ver por encima de la tierra.
Prometo que no sabía que era posible una vida fuera de mis márgenes. Prometo que no esperaba que la soledad pudiera guiarme tanto. Prometo que la libertad me agujereó a mí y que no fui yo la que levantó rizomas para buscarla. Ocurrió: las hojas se asomaron. Fue la curiosidad por saber cómo serían mis frutos y el querer ver mucho más allá de las copas lo que hizo que, en lugar de colmar de nostalgia lo perdido, arrancara una sonrisa a mis conquistas.

Me muero de alegría triste al comprender que hay infinitos que siempre quedarán en mi pasado y que es mejor no hidratarlos en el presente.
Me muero de alegría triste al aceptar que de ti manarán muchos momentos radiantes en otras naturalezas.
Me muero de alegría triste porque te has apoderado de la palabra bondad.
Me muero de alegría triste porque algún día yo también me marchitaré, me cortarán el tronco, o no sobreviviré a esta catástrofe meteorológica a la que llaman vida…
Pero puedo estar segura de que la alegría la hace uno mismo, y yo no pienso morir triste.



Ilustración: Marte