sábado, 27 de diciembre de 2014

Misunderstanding all you see

-Mamá, creo que estoy enamorada- sentencia Paula mientras su madre separa su cabello en tres mechones.
- ¿Ah, sí?- no levanta la mirada del pelo de su hija.
- Sí, mamá. Estoy enamorada y esta vez va en serio.- Paula frunce el ceño- No es como cuando tenía cuatro años.
- Claro, ya tienes cinco.
- Claro y me he enamorado como las chicas mayores. Como tú. Mamá, ¿cómo te enamoraste de papá?
Paula gira la cabeza en un intento de mirar a su madre. Ésta la vuelve a colocar en la posición inicial, con firmeza pero sin perder dulzura.
-Mamá, cuéntame cómo conociste a papá.
Su madre mueve las manos con agilidad componiendo la trenza. Su mente empieza a pasear por los recuerdos de un pasado remoto. Como si de una película de los ochenta se tratara, empieza a ver su vida como mera espectadora ajena a la obra.
Se ilumina levemente una habitación amplia. Es el salón de una casa con decoración rústica. La sala está dividida por una barra de madera que permite ver el interior de la cocina y una fila de innumerables botellas. Varios chicos juegan a mezclar líquidos que finalmente acabarán bebiendo demostrando su hombría y que acabarán recordando las próximas veinticuatro horas. En el tocadiscos suena una vieja canción de los Blue Brothers. Los adolescentes mueven sus cuerpos de un lados otro. Unos llevan en su mano una cerveza, otros llevan vasos con el más variopinto de los alcoholes. Están bastante esparcidos.
En una esquina de la sala un chico con barba negra y ojos rasgados baraja las cartas. Tiene las mangas remangadas y mueve sus dedos con rapidez invitando a la chica que tiene en frente. Ella, como respuesta, se coloca bien las gafas y señala una. Horas después sería la que le haría magia a él con un beso.
También con gafas, un chico mira fijamente un cuadro en el centro de la sala. Las personas pasan por su lado sin que él se inmute. Tiene los ojos expectantes. Le propinan un empujón desde atrás que hace caer sus gafas cuadradas. Segundos después sonríe. “Ya lo entiendo todo”.

Momo está sentada en la moqueta blanda. Tiene frente a ella sus pies. Los ladea al ritmo de la música. Aparentemente se diría que está aburrida pero anda disfrutando de su propia compañía. Mueve los pies como si fueran un reloj: tic-tac “esta es mi canción favorita de los Blue Brothers” tic-tac.

Liberto suelta una carcajada. Uno de los presentes le sugiere que saque la guitarra. Todos le secundan. Liberto no tiene ganas. Está sentado en sofá rodeado de sus amigos. La guitarra está debajo de la mesa bajita que tienen delante. Siguen insistiendo y recoge la guitarra asqueado.

Alguien levanta la punta del tocadiscos rayando la superficie del vinilo.

Mientras, Liberto ha acabado de afinar la guitarra. Empieza a tocar varias notas de una conocida canción. Todos se sonríen y la cantan al compás desafinados. Algunos se pasan los brazos por encima y bailan medio borrachos. Liberto frunce el ceño mirando los acordes. De repente, tiene una sensación extraña y levanta la cabeza.
Justo en frente, una chica le mira fijamente. Tiene el pelo castaño y corto, a la altura de la barbilla. El flequillo parece querer acariciar sus cejas. Lleva un vestido ajustado de rayas blancas y azules y le llega por los tobillos. Lleva un calcetín más alto que otro y unos zapatos marrón. En la mano izquierda lleva un reloj negro. Alrededor del cuello descansa un collar con un ancla de plata que podría pasar desapercibida, pero que es lo primero que llamó la atención de Liberto. Sus labios rojos parecen asqueados. Están rodeados por dos lunares (uno encima y otro en el mentón) que, curiosos, danzan por su cara. Tiene unas largas pestañas curvadas que enmarcan su mirada fija en él, tranquila, desafiante.

Ha parado de sonar la canción de los Blue Brothers. De repente el reloj mental de Momo ha dejado de funcionar. Ha soltado un reproche cuando todos se han puesto a cantar una de esas horribles canciones que todo el mundo conoce, pero que nadie debería conocer. Momo se ha levantado del suelo, ha visto cómo su pequeño ritual silencioso se ha visto invadido por el ruido ajeno. Ha buscado culpables y lo ha encontrado a él.
Justo en frente, en chico levanta la cabeza y la mira. Tiene el pelo negro y muy liso. Parece algo despeinado, los mechones caen por su frente y algunos le acarician la nuca moviéndose cuando él ha levantado la cabeza. Tiene los ojos muy oscuros y grandes. Responden curiosos a la mirada que ella le lanza. Enseguida deja de mirarla y vuelve a fijarse en las cuerdas de su guitarra. Tiene los labios y la nuez muy marcados. Es extremadamente delgado y de su oreja izquierda (la única que ella alcanza a ver, dado que él está mirando la guitarra) está perforada por dos diminutos aros de plata. Sigue tocando un buen rato y de vez en cuando levanta la vista para mirar a Momo. Le regala media sonrisa para hacerla rabiar y sigue tocando.
Momo levanta una ceja.

Cuando a Liberto le empiezan a doler los dedos deja el instrumento bajo la mesa. Momo se coloca frente al tocadiscos y cuidadosamente lo hace funcionar.
Liberto la mira de reojo. Ya son menos que antes, y los que quedan en la sala no están muy sobrios. Momo se sienta de nuevo en la moqueta, en la posición inicial. Comienza a mirarse los pies “living is easy with eyes closed...”
- ¿Alguna vez has fumado? - Liberto le regala media sonrisa. Ella niega molesta – prueba esto. Te va a gustar.
Momo mira al horizonte, intenta que note sus intentos de ignorarle. Liberto se sienta a su lado. Huele a leña quemada. Sigue sonriendo mientras estira las piernas. Empieza a mover los pies al compás y se pone a cantar. Tiene la voz ronca y grave.
Momo gira bruscamente la cabeza para mirarlo. Él deja de cantar y da una calada.
- Aunque quizás no te guste. Puede que sea demasiado fuerte.
Ella se lo arrebata de las manos y lo aspira un par de veces. Minutos después tiene los ojos terriblemente rojos.
- Creo que es la primera vez que entiendo esta canción
Liberto suelta una carcajada


-Pues verás cariño. Es una historia muy larga. Resulta que tu padre y yo trabajábamos juntos en la misma oficina y un día él llevaba puesto unos cascos con el volumen muy altos y estaba escuchando una canción de mi grupo preferido: The Smiths- sentencia Momo colocando una gomilla en el pelo de su hija y dando por concluida la trenza, la conversación y Strawberry Fields.






miércoles, 24 de diciembre de 2014

Nenúfar y Amapola

La Amapola y el Nenúfar son dos flores que tienen poco de ver, y que a su vez tienen un atractivo único, personal e independiente.
Imagen de Paula Bonet


Amapola es una chica con mucha personalidad. La dulzura la besó desde el principio. Sonreía y siempre decía “gracias” con educación. Amapola tiene colores fuertes porque esconde una fuerte personalidad y a veces sufre pensándose perdida en su propia identidad.
- Antes eras mucho más delicada- le dice su madre a veces. La pobre Amapola se cierra como una flor y decide jugar a tener espinas, nosotros la miramos a lo lejos y pensamos “cómo esta chica tan tozuda puede pensar que de verdad no es todo dulzura”. A veces es triste recordad ese momento en el que un zapato de la talla 42 le pegó un pisotón. Se enfadó mucho, y cuando por fin consiguió poner su tallo recto, una mano hizo ademán de arrancarla.
- Ni se te ocurra- dijo ella con voz tajante. Desde entonces sólo deja que algún abejorro ronde. Y sólo acepta la polinización de una avispa lejana. Nosotros la perdemos a veces cuando decide frustrarse. Cuando elige reírse coleccionamos momentos únicos. Ese razonamiento impulsivo y esa fuerza constante sólo pueden ser de la divertida de Amapola.

Nenúfar siempre está tanteando el agua, tropieza muchas veces y muchas veces se empapa de sus propios desastres. Nenúfar se mueve al ritmo del lago, y a veces el lago se permite el capricho de bailar al ritmo de ella. Nenúfar siempre se está riéndose. Se reía delante de los sapos que se posaban en su barriga y se reía de las libélulas que pasaban volando. A veces se me rompe un poco el corazón recordando a aquél sapito verde que le rompió un pétalo -¡cuánto le costó recomponerse!- desde entonces Nenúfar aceptó que quizás el estanque no era lugar para flores tan delicadas y que prefería que una libélula viviera en su capullo antes de que un anfibio la destrozara. Nenúfar sigue sonriendo, pero aún guarda fuerza para zambullirse en el lago cuando lo ve.


Es adorable poder contemplar estas dos flores a lo lejos, es maravilloso sentirlas parte de mi jardín. Me encanta poder hacer perfume de ellas y llevarlo en mi vida.

viernes, 5 de diciembre de 2014

¿A alguien le importaría dejar de llamarme por mi nombre?

He de confesar que tengo pérdidas dispares de identidad:
A veces el tomate me sabe a fresco y a veces odio respirar por encima del agua.
Otras veces encuentro mi madriguera en un hostal, donde jamás podría administrar mi cordura.
El concepto se vuelve insano y me tira del pelo. Me recorta las pestañas jugando a que son mi papel.
A que mi papel es ponerme delante de toda ese concepto inadecuado de existencia y actuar como si no fuera un holograma de lo que quiero ser; normas ortográficas, normas de tráfico, la ley ordinaria y todos esos deseos de comprender, de actuar comprendiendo lo inexistente. Coloreamos lo invisible para convencernos de una realidad tan abstracta como improvisación dramática.
Jugamos a discutir nuestra creación, nuestra coexistencia por defecto. Dueños supremos de la mentira de vivir, de la ganancia efímera. Solemos caminar por la calle mirando al suelo, contando los pasos que nos alejan de la certeza de que no somos.

- Yo soy. Yo soy porque yo como, bebo, beso.

Bobo. La necesidad nos reafirma en esta matemática de la vida, en esta incoherencia de repetir palabras, expresiones, de usar las letras que encajen con ese corto cinematográfico que trata de un caracol que estornuda. Es divertido, porque nos convencemos de la climatología del entorno del molusco, que ni siquiera es un caracol, y su estornudo es sólo una actuación para plasmar una realidad que nunca es tan concreta como narramos.
Así me siento, en el precipicio, colgando las piernas. Mirando la gente pasarme por encima para saltar. Escuchando como no saben, cómo solo sufren sensaciones y experiencias, cómo la frustración sale de nuestra piel para alimentarse de nuestra carne putrefacta. Facta, facta, facta.
Es que estas luchas sin gong son muy tristes, porque nadie sabe cuando toca aplaudir. Es que me veo en medio de la oscuridad blanca. Veo cómo os acostáis con vuestra propia soledad y por la mañana le pedís que se vista de novela romántica. Me pido a gritos no dejarme acompañar por el absoluto. Comprendo mi incomprensión. Susurro que mañana, mañana puede ser el día, que ayer no estuvo tan mal, y que hoy vamos a aprender.
Mi secuestrador ha decidido desatarme, el amor ha decidido que ya es hora de ser autosuficiente. Padezco un horrible síndrome de estocolmo al sentirme parte de algo tan real como el pasado. No quiero salir de esta casa, quiero ser explotada por la dulzura del sentimiento.
Tanteo la corteza terrestre, el magma de lo que no es. Los estudios superiores de cultura y compresión banal, espiritual, intransigente.
JAZZ desordenado. Cabellos engominados. Unas manos que moldean la duda epíteta del hombre. Torpes. Torpes engreídos que levantan la cabeza. Que no tienen cosquillas pero son quisquillosos. Vértigo de todo, ancla ausente. Las posibles vidas de la reina en la jugada de ajedrez.
Doctor, la hemos perdido. ¿Cómo decías que te llamabas?

Ay, ya no lo sé.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Qué hacer cuando pierdes tu vida ganándola

- ¿Te acuerdas de esta armónica? Me la regaló papá cuando cumplí los ocho años.
- Claro que me acuerdo, cómo olvidarla. Eras terriblemente insoportable, no dejabas de tocar la misma melodía... Qué digo yo, la misma nota.
- Es cierto, sólo tocaba una nota y me negaba a probar otra.
- Además no era una nota usual. No era un do o un re... Creo que era un sol sostenido. Sonaba terrible.
- ¡Y tú te ponías tan nerviosa!
- Sí, claro. Tenía ganas de matarte. Había cumplido los quince años y pensaba que eras completamente estúpido. Recuerdo una discusión que tuvimos. Estuviste llorando toda la tarde y papá  me castigó en mi cuarto. Me pasé el tiempo escuchando Kiss y pensando que verdaderamente todos estabais aliados contra mí y que ellos  eran completamente estúpidos por no quitarte la armónica.
- Recuerdo ese día con mucho dolor...
- ¿De veras?
- Es que dijiste cosas terribles... Algo así como que os pasabais la vida aplaudiéndome como si estuviera haciendo una obra de arte cuando verdaderamente no estaba haciendo absolutamente nada. Esas son palabras muy duras para un niño. Soltaste sin compasión que estabais aplaudiendo al vacío, que te sentías como en un estadio en el que el público aplaude la intención de alguien que está quieto.
- Caray, cómo te acuerdas.
- Claro que me acuerdo, me acuerdo perfectamente. La primera decepción con la vida y con uno mismo no se olvida tan fácilmente. Me sentía avergonzado y sentía que tú no estabas orgulloso de mí.
- Vaya... Cuánto lo siento... Era sólo una cría.
- Sí, y dejé de tocar, ¿te acuerdas? No volví a ver ese maldito instrumento. Y pensar lo ilusionado que estaba... Era en esa época cuando dejaste de salir con aquél chico tan extraño... Aquél que tenía un piercing que a mamá no le gustaba.
- Lo recuerdo, siempre que podía le decía que estaría mucho más atractivo sin él. Nuestra madre siempre tan sutil...
- Es cierto. No sé si lo recuerdas, pero te pasaste meses llorando con un dramatismo exagerado. Cuando llamaba a la puerta de tu habitación siempre decías que nadie te entendía. 
- Lo pasé muy mal, era mi primer amor.
- Estuviste tanto tiempo llorando que pensé que tenía que hacer algo y encontré un método. Como estaba cansado de ver las armónicas en los dibujitos animados pensé que no sería tan difícil aprender a tocarla. Estuve practicando todas las notas para encontrar la melodía exacta. El Sol sostenido se parecía tanto a tu llanto... Además, como siempre llorabas por el mismo motivo pensé que podría ayudarte el detalle que sólo tocara una nota. Estuve días preocupado en perfeccionar el sonido, en hacer que te hiciera sentir acompañada.
Quería que supieras que yo no te entendía, pero que podía llegar a entenderte si me dejabas. Quería que supieras que no importa quién te quiera en una etapa, que no importa quién aparezca en tu vida por casualidad, que no importa que derrumben todo lo que has construido. Porque yo estaba dispuesto a aprender a llorar contigo. Porque eres mi hermana mayor, porque siempre he admirado todo lo que haces y porque si pudiera, habría calmado todo tu dolor. Pero a ti no te bastaba eso... Tú sólo pensabas en las demás notas que creías que yo aún era incapaz de tocar. No eras consciente de todo el esfuerzo que estaba detrás del sol sostenido, de nuestro sol sostenido; de la capacidad que has hecho en mí de sostener el sol para que puedas verlo siempre ahí estático, en nuestro cielo.


Este diálogo puede ser una acumulación de palabras mal montadas
o puede tratarse de una vida.

Puede que nos sintamos identificados con alguno de los personajes,
o puede que seamos un reflejo de ambos.

Si le echo imaginación puedo verme en el lugar de ese hermano pequeño que -lleno de ilusiones y amor- acaba dolido. Pobre hermano pequeño que piensa que todo lo que ofrece desde la bondad y la gratuidad va a ser acogido.
¿Pobre o afortunado? Se me antoja esa pregunta cuando me veo fascinadoa por la certitud de saber que la historia no acaba aquí, ¿o es que creéis que el niño dejó de amar a su hermana lo más mínimo? Está claro que no hizo eso.
Buscó otra manera para hacerla feliz sin descanso. A él no le importaba todo lo molesto que pudiera parecer, porque no tenía elección. Cuando uno quiere de verdad no tiene la elección de decir “ya basta, estoy cansado”. Porque el objetivo no es conseguir una medalla conmemorativa, un premio Nobel del amor. La gran preocupación es regalar todo lo que se tiene llegando más allá, regenerándose en busca de nuevas salidas para ayudar con lo posible y lo imposible. Nada más importa.
Y cuando el hermano pequeño ve al fin la alegría de su hermana se siente dichoso y en paz. No le importa ser él el motivo, no le importa poder satisfacer su ego reflejado en ella. Le preocupa lo simple, porque así son los niños; porque así es el amor.




Por otra parte, por una parte mucho más terrible; también he sido la hermana mayor. Me he creído reina de mi caos, incomprendida, sufridora de lo que los demás han decidido hacer con mi vida, víctima de un mundo en el que me han pegado sin preguntar.
Es entonces cuando, en mi habitación a oscuras alguien abre la puerta para prestarme ayuda y yo me incorporo enervada. Veo un resquicio de luz y prefiero revolcarme en la facilidad de mi autocompasión. La tranquilidad de sentirme reina y diosa de mi miseria; querer que se aleje todo lo que pueda modificarla.
Muchas veces he cerrado ventanales de luz solar simplemente porque pensaba que mi luz estaba encerrada en esa bombilla ya fundida. He despreciado un amor gratuito por querer sentirme realizada con un amor complicado y divertido. Divertido hasta que me doy cuenta de que me han prometido que una bombilla puede alumbrar mi vida para siempre.
Entonces me siento estúpida y avergonzada y siento que no merezco que nadie me salve de mis monstruos.
Entonces me doy cuenta de que mi hermano haría cualquier cosa por mí y siento que no lo merezco y que no lo mereceré jamás.
Y no me lo niego.
Es obvio que nunca voy a merecer el amor, porque el amor no es merecido, es regalado. No es un aplauso hecho sentimientos, es un abrazo hecho vida.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Déjame pintarte

No puedo evitar un cosquilleo cada vez que recuerdo la historia del niño que pintó el mar.
Era verano, el sol bañaba toda la costa. Los inocentes chicos se pasaban el día saltando las olas, guardando la arena entre sus uñas con la intención de construir un castillo en el que reinar. Corrían tras una pelota a la orilla, escuchando el mar cantar; apretaban las palas y golpeaban con fuerza. A veces volaban cometas con los pies en el suelo pero siempre mirando alto, alto, <<¡alto!>> gritaba esa señora, esa mujer, esa mamá que iba tras los niños. Todos se sentaban, comían bocadillos con sabor a sal y arena porque -aunque mamá los cuidaba de eso- era inevitable.

- ¿Por qué yo no tengo bocadillo?
- Porque tú no puedes tomar eso, mi amor.

Y el niño que pintó el mar se enfadaba porque quería ser como los demás, quería jugar, correr, saltar, comer. Pero había otros planes para él. Su misión era perfilar las lágrimas, sombrear esa carcajada resonante que sigue bailando por nuestra cabeza, tenía que teñir muchas vidas. Pasó su tiempo pensando que el hambre que tenía se podría haber curado de no haber sido celíaco. Pero no. 
No, mi querido Marcos. 
El hambre de vida no se sacia nunca. Pero tú has sabido calmarla aunque los folios se te quedaban pequeños, el papel te parecía escaso y te pasabas horas estudiando la manera de sacar el grafito y meterte dentro de un diminuto lápiz gastado.
Como ves, era inevitable que, viviendo en el planeta azul -donde cerca del 70 porciento de la superficie terrestre y aproximadamente el 65 porciento del cuerpo es agua- fueras elegido para pintar el mar.
Pobre Marcos, parece que la tierra no le es suficiente y ha tenido que ir a amarte. Quiero decir, a Marte.


Foto de sineestesia.

lunes, 13 de octubre de 2014

Reina destronada destrozada

Un buen truco para no pensar en el momento internacional en el que la mente se desata (es decir, la noche, instantes previos al sueño y a las fuertísimas respiraciones) es contar las estrellas fluorescentes del techo.
Una... canta aquél anuncio en la tele. Esa musiquita pegadiza y sin ninguna clase de conspiración que años después sería una gotita. Una diminuta gotita que cae rodando.
Dos.. bicicleta. Pedalear a toda velocidad, Llegar tarde. Un reloj. Tic-tac. La bici cae al suelo.
Tres... mensajes de texto. Medio millón de euros, lo cuadruplican los músculos tensos de  los labios. De la sonrisa. Los nervios barrigales.
Cuatro... ¿qué? ¿qué pasa? no es suficiente ¿hay algo más? ¡no es suficiente! claro, reina, eres tú la que no te soporta.
Cinco... horas enteras. Distintos escenarios se mueven a mis pies y no necesito decir nada más porque ¡ah! porque tengo ganas de gritar y de sellar mi boca. Porque no puedo. No me cabe el sentimiento
Seis... inmerecidos mares. Olas que se mueven y dos barcas que navegan a la deriva. Cierras los ojos y escuchas el mar cantando en el reproductor.
Siete... no puedo parar de reírme. No puedo dejar de llorar. No entiendo nada. Malditas flores. ¿Quién me presta tu sonrisa? No puedo describirte con algo tan pequeño como palabras. ¿Algún día me perdonarás? ¿me perdonaré? Te...

Duerme

domingo, 28 de septiembre de 2014

Tiritas invernales, infernales

 
Confío tan ciegamente en el designio de haberte conocido que ya no me importa la incertidumbre de una alegría pasajera que se asiente en la costumbre de tus manías.
Perecen mis manos, las letras caen sobre mis dedos, que se resbalan ante tu mirada cargada de miedos.
Tengo la sensación de que esto ya lo he vivido antes.
Quizás nos bastó esa larga melodía, tan repetitiva, para ser conscientes de que un eclipse tan pequeñito no puede llenar nuestro cielo. ¡Míralo! Mira como se ríe de lo patosa que soy colocándote las comas, corrigiendo esas faltas de ortografía -que aunque no sabes- tú mismo me reprochaste.
Y loca de alegría le pego un achuchón a ese monstruo tan pesado que no deja de meterse entre los jerseys de tu armario mientras cada noche se consiente un festín con tus miedos.
¡¡Claro que la magia existe!! Tú mismo me lo dijiste en nuestro primer paseo por París, mientras tapabas el objetivo de mi cámara y yo lo veía todo verde y amarillo, antes del azul. ¿Por qué me dejaste el azul? ¿por qué rosas? Yo sólo quería un girasol, yo sólo quería buscarte con la nariz. O con un casi beso.
Cómo pican los ojos cuando te leo en cada hojita de árbol que se me cae a los pies. Cómo pican los ojos cuando acaba el cuarto mes, y cómo pican los ojos cuando acabas de contarme el cuento y cierras la tapa. Tú sacaste mi vida de tu chistera. Tú me enseñaste el truco de reírme con la lluvia humana por las mejillas. Tú tachastes todos mis pronombres de la piel, todos los demás “nosotros”.
Y ahora, mi querido globo, piensas que es fácil llegar a aquél asteroide, y mi brazo no alcanza para estirarme hacia ti.

Sólo porque me dejé llevar por el viento de un mundo que no es el nuestro. Se me olvidaba que somos marcianos en mitad de esta maravilla de querernos con lo puesto.  



Ilustración de Paula Bonet.

miércoles, 2 de abril de 2014

Madurar





Aviso previo: Antes de leer esta entrada quiero que sepáis que no le he releído para corregirla, así que pido disculpas si hay faltas de expresión u ortografía. La verdad es que no pensaba escribirla, pero la vida pesada ha venido a pincharme y a decirme que la escriba, que necesito escribirla para quedarme tranquila y no he tenido más remedio que aceptarlo (ya sabéis que cuando no aceptas lo que la vida te propone te pega tortas hasta que haces lo que tienes que hacer). Aún así, espero que la disfrutéis, y si no la disfrutáis por lo menos que la viváis, que la sintáis, que comprendáis, que me odiéis, que me juzguéis, pero que me veais en estas palabras... 







Cuando pierdes la inocencia nada vuelve a ser lo mismo. Empiezas a tomar tus propias decisiones y ya no se trata de un juego de culpas. Ahora tú eres la causa y solución de tus problemas, ahora tu actitud es la que manda.

Nadie busca madurar. Para qué engañarnos. Ningún niño o adolescente se levanta una mañana pidiendo a gritos deshacerse de su inocencia como si de un juguete viejo se tratara. Pero madurar es tan triste como necesario. En ocasiones la vida te va poniendo situaciones que te quedan grandes, es como si te pidieran pegar un estirón y crecer. Por desgracia la vida no es como una prenda de ropa que se pueda descambiar y elegir una a tu medida. La vida es un regalo, se nos viene concedida sin siquiera merecerlo, no podemos ir por ahí haciendo el feo de ir descontentos con esta sorpresa. 

Nadie decide sus problemas, pero sí podemos decidir cómo afrontarlos, con la suficiente madurez como para agarrar con fuerza el manillar de tu vida y estrellarlo con la realidad o con la cobardía de ir pegando bandazos sin frenos, evitando cualquier obstáculo que te pare.
No te engañes más, tú eres quien quieres ser. Sí, es verdad que nuestro entorno nos define, pero ¿hasta donde? ¿hasta donde eres tus agentes externos? Es cierto que nuestra infancia es la etapa más importante, tanto que nos asienta las bases, pero llega un día en el que te das cuenta de que tus padres no son ese modelo tan perfecto que esperabas. Vaya, qué pena, entonces se te cae todo el imperio que tenías mágicamente montado en tu cabeza. Pero qué le vamos a hacer, ¡son humanos! No puedes dejar que todo eso te afecte, no puedes permitir que los defectos que te han educado sean para ti tus flaquezas, debes quedarte lo mejor. 
Todos hemos comprobado alguna vez en nuestra vida el rencor circular que se crea en algunas familias: abuelos que educan a sus hijos con absoluto control, y que hacen que esos hijos cuando sean padres den completa libertad a sus hijos, que a su vez se sienten abandonados y poco queridos y vuelven a educar a sus descendientes de manera tradicional. No. Me niego a seguir esta porquería, me niego a volver a cometer los mismos errores evitando otros. Me niego rotundamente a que me definan los fracasos de otros, y por supuesto me niego a que me definan mis propios fracasos.

Yo he venido aquí a crecer, y no me importa el precio, y no me importa caerme, hacerme heridas, arrastrarme o mutilar mis emociones, porque yo sé lo que quiero. No tengo culpa de que otros no sepan quienes son y lo que hacen, y aún así tengo que soportar las críticas de la envidia. Tengo que levantarme cada mañana con una sonrisa enorme y coger un metro y decir: ¡vaya, otro centímetro más, he vuelto a crecer! mientras otros esconden este regalo tan grande en el fondo del armario. 
Soy mis defectos y mis virtudes, y los llevo adelante como buenamente puedo, intentando mejorar siempre (por supuesto). Pero me parece algo tan triste que me engrandezcan los defectos para hacerme sentirme inferior. Me parece triste, me parece terrible, me duele enormemente tener que vivir con alguien que alimenta mis complejos y mis miedos. Pero os voy a decir algo: tengo más suerte que ninguno de vosotros. Y no, no estoy loca, porque ¿sabéis qué? ser feliz cuando lo tienes todo es muy fácil. Pero ver las carencias de tu vida y aceptarlas con el mayor amor posible, te llena. Saber disfrutar de mis monstruos, saber quererme tanto aún sabiendo que jamás llegaré a ser lo que los demás y lo que yo misma querría ser, y aún así seguir intentándolo es algo que te cambia la vida.
Y esto es madurar, saber contener todo lo que dirías si no fuera porque realmente amas. Porque amar implica sacrificio, implica querer aunque duela, implica dolor y sufrimiento. Implica no saber por qué alguien a quien quieres tanto te trata así cuando crees que no tienes la culpa y aún así querer en silencio, y seguir con la fuerza suficiente como para dar la otra mejilla a las personas que te dieron la vida y que supuestamente son las que deberían facilitártela.
Pero no, por desgracia madurar es darte cuenta de que tus padres también tienen defectos y que pedirles que cambien es algo muy egoísta. No estoy hablando de vanidades como el dinero, los estudios o el tiempo de salir. Estoy hablando de aceptar que tu modelo a seguir no era tan ideal como esperabas, y que debes aspirar a ser incluso mejor que tus padres para no continuar el círculo. Ser lo suficientemente equilibrado como para marcar tu propio ritmo sin sentirte superior ni mejor. No por nada, porque nadie es superior a nadie (todos hemos nacido por la misma causa y acabaremos del mismo modo, muertos). 

Así que podemos seguir con esta locura de vivir, con esta alegría de vivir, con esta fuerza de vivir cada día intensamente y dándonos a la vida y a esos mil millones de motivos por los que estás aquí, viviendo, sonriendo, cantando, bailando, 
o incluso... leyendo esto que es para ti.

domingo, 19 de enero de 2014

Pretérito imperfecto. Pretérito perfecto. Presente.


"No estoy seguro de que yo exista, en realidad". Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados...". Jorge Luis Borges

Yo deseaba vivir sabiendo meter y sacar a las personas de mi vida con la facilidad que hacían todos a mi alrededor. Quería ser una chica tranquila, segura de mí misma, no estar siempre con el ansia entre los dedos. No quería seguir soñando, quería hacer realidad mis deseos (aunque mis deseos no dependieran de mí). Quería dejar mi revoltijo de dudas y emociones. Quería que me quisieran por ser igual, no por ser diferente. No quería esa sensibilidad contra la que he tenido que luchar tantas veces. Esas ganas de llorar por los demás, por mí, por pena, por alegría. Quería mirar una página en blanco y ver esa página y no lo que "podría estar escrito". Todo lo quería, todo me faltaba.
Ahora echo la vista atrás, pensando en ese pasado que tanto odiaba, y estoy orgullosa de mí misma. Hacer las cosas a mi manera han permitido que hoy vea el mundo desde otro punto de vista. Lo digo porque lo sé, porque lo he probado todo.
 He sido insegura, he sido cruel, me han llamado fea, me han insultado, me he avergonzado de quién soy y de las personas que más quiero en mi vida, he llorado, he culpado a quien no tenía la culpa, he estado sola, he bajado la cabeza, he golpeado cosas, he gritado, he buscado soluciones desde mi inmadurez: 
me he disfrazado, he usado tacones, vestidos, faldas, lentillas de colores, extensiones, he probado, he disfrutado, he cambiado completamente mi cuerpo, he tonteado con chicos que no me importaban en absoluto sólo por cómo me hacían sentir, me han llamado guapa, divertida, simpática, me han llamado única después y antes de haber llamado únicas a otras cuantas, me he gastado el dinero que no tenía comprando cosas que no quería, he hecho el ridículo y he quedado como la mejor, he girado la cabeza a lo que soy para enseñar lo que querían que fuera...Y me he dado cuenta de que no puedo: no puedo mirar a una persona y ver sólo lo que quieren que vea. 
Es un sentimiento vacío llegar a la cama derrotada y mirar el techo de mi cuarto sin encontrar nada que me haga ser feliz y muchas cosas que me hagan disfrutar. Sé perfectamente lo que es el vacío de los domingos, sentarte y querer que el tiempo pase, para huir del aburrimiento y la insatisfacción. Esa sensación que te produce la montaña rusa cuando ya has bajado y la miras a lo lejos, los besos que no se dan cuando hay que darlos, o que se dan cuando no hay que darlos, el último día de vacaciones, el día de reyes cuando creces... 

Ya he probado el no quererme nada, he conseguido lo que siempre había buscado y me he dado cuenta de que no era lo que realmente buscaba, entonces me he encontrado a mí misma tan confusa que no he sabido ni quién soy. Me he pasado media vida huyendo de mí y otra media vida buscando soluciones. No me imaginaba que mi solución la tenía yo. 
Pero un día la encontré. Me dí cuenta de que no puedes comparar a un chico que te adora una noche en la que estás maravillosa con otro al que enseñas lo peor de ti y te sonríe. Todo cambia si pones amor en lo que haces, en las personas, en ti mismo.  
Por eso, no voy a permitirme ser una entre un millón. Yo nunca pongo a nadie entre un millón, porque cada persona me proporciona cosas diferentes. Es cierto que hay personas que te curan y personas que te hieren, pero tienes en tus manos decidir con cuales quieres compartir tu vida.  Y como quiero formar parte del primer grupo estoy dispuesta a hacer del domingo el mejor día de la semana y de la vida, magia.